Cantar es una actividad ancestral. Todas las culturas cantan, individualmente y en grupo, y es un continuum en la Historia de la Humanidad. Posiblemente la capacidad de cantar se desarrolló porque ofrecía una ventaja evolutiva.
Actualmente los neurocientíficos estudian el origen de las rutas neuronales del habla y el canto y los resultados apuntan a que son dos rutas diferenciadas desde el nacimiento. Esto quiere decir que tenemos la capacidad de aprender a cantar de una manera potencialmente programada al igual que sucede con el habla.
Esto explicaría por qué hay personas que cantan durante toda su infancia y desarrollan esa ruta neuronal con naturalidad pareciendo un “don” y hay otras que, por la razón que fuere (familiar, cultural, educacional…) dejan de estimular esa ruta neuronal, se debilita y por tanto pierden parte de su capacidad de cantar. Es tarea de los docentes en estos casos, trabajar el sistema neuromuscular para reactivar esas rutas. Basándome en mi experiencia prácticamente todo el mundo puede aprender a cantar.
Por otro lado la educación musical tradicionalmente ha sido entendida como el cultivo de habilidades para entretener a un determinado grupo social. Hoy en día, sin embargo, se sabe a ciencia cierta que la educación musical provoca unos beneficios a largo plazo de los que se puede nutrir el ser humano cualquiera que sea su condición, edad, grupo social, etc. La actividad musical tiene un beneficio, por tanto, en sí misma. Además, cantar colectivamente provoca o despierta otra serie de sinergias, estimulando el trabajo en equipo, las relaciones interpersonales y la inteligencia emocional, el sentido de pertenencia, entro otros.